miércoles, 26 de septiembre de 2012

Decisiones inteligentes que necesitamos


INTELIGENCIA MENTAL Y EMOCIONAL  PARA GOBERNAR 
 Articulo de opinión escrito por  Gladys Seppi Fernández 

Los conceptos sobre el tema de la inteligencia, los que se tenían en las generaciones anteriores,  han  variado drástica-mente,  generando un cambio total  a partir de la década del noventa del siglo pasado. 
Antes se medía la inteligencia con el llamado Coeficiente Intelectual (CI), especie de test que marcaba, para toda la vida, el grado de  lucidez mental con la que venimos al mundo. 
Para aquellos tiempos, la persona inteligente podía memorizar largos poemas y recitarlos, resolver difíciles ecuaciones matemáticas, leer y repetir  frente a los demás todos los datos de una historia,  de un relato, o de una lejana población ubicada en cualquier sitio  en el mapa. 
Ese paradigma ha variado en 180 grados. Está bien memorizar, saber dos o más idiomas, dar largos discursos porque todo ejercicio neuronal prepara mejores redes a la comprensión, pero lo que realmente interesa, lo que hace a una persona verdaderamente inteligente, es el saber transferir sus conocimientos a la realidad, a la existencia propia o del grupo social con el que  está comprometido. 
El concepto de inteligencia ha evolucionado adaptándose a los nuevos paradigmas y hoy se dice  que una persona es inteligente cuando sabe dar respuestas asertivas a las situaciones, cuestiones, interrogantes, opciones  que enfrenta en el diario fluir de la vida. De esa manera y merced a esas respuestas y elecciones la persona inteligente asciende  a niveles superiores desde los cuales amplía su mirada, abunda en su comprensión del mundo,  llenándose de compasión -entendida como compartir la pasión que siente el otro-, da de su  luz, intenta que los demás se autodescubran y valoren en sus dones, en sus talentos, en la razón de sus vidas, marchando así a una mayor autonomía, a una  mayor libertad en el accionar de sus búsquedas. Crece y hace crecer. 
Estamos viendo (esta generación trae maravillosas propuestas de cambios) que ser hoy  inteligente supone que, utilizando los conocimientos que nos transmite el saber científico y desde una visión más alta, se puede llegar a comprender la armoniosa trama del universo. 
Vamos deduciendo cuánto tenemos que exigir de la inteligencia de nuestros gobernantes, quienes deben salir de las prisiones mentales, dominar y controlar los impulsos mezquinos, llegar a una mayor integridad. Es justo, entonces exigir que, con mayor flexibilidad y desarrollo para el trabajo asociativo, los que gobiernan se sometan a sus obligaciones de servicio, pensando y dando a los demás. 
Pero hay más aún: la persona que llega a un alto grado de inteligencia- lo menos que podemos pedir a las autoridades-  aprende a interrogar e interrogarse, escucha con atención, busca la verdad y la luz, y en un mundo de interrelaciones donde todo está conectado, aporta a la armonía, a la concordia, a la paz. 
Ser inteligente es darse cuenta -a la manera de Einstein-, que es bueno “saber que no se sabe”, lo que significa ser humilde, ya que “pensar que se sabe todo, es enfermedad”. 
La inteligencia emocional de la que ahora se habla, amplía el anterior concepto  incorporando el de la razón ligada a las emociones. 
Según Julia Palmieri en sus apuntes “La inteligencia emocional y su incidencia en los aprendizajes pedagógicos”, la inteligencia emocional, a diferencia del cociente intelectual (CI) no se presta a ninguna medida numérica porque es una cualidad compleja que abarca la conciencia de uno mismo, la comprensión del mundo, la voluntad de cambio, la destreza social”. 
La  inteligencia emocional a partir de los estudios y publicaciones de Daniel Coleman, de la Universidad de Harvard, valora la inteligencia de la persona por la dimensión de su capacidad de ser  feliz y hacer feliz a los otros. 
Un desafío para los que gobiernan, una necesidad para los gobernados, porque de la inteligencia de la dirigencia depende, definitivamente, que las posibilidades de las mayorías, su capacidad de elegir y direccionar su vida, también vayan en aumento. 
¿Podremos los argentinos salir de la dramática encerrona en la que nos encontramos y exigir al gobierno pruebas de decisiones inteligentes que necesitamos, más que nunca ahora, cuando, a todas luces, nuestro porvenir se sigue ensombreciendo?  
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